La décima es en Venezuela una de las más representativas estrofas, junto a la copla y el corrido; su larga y extensa práctica nos remite a la gloriosa definición que hiciera Elena Vera (1985) sobre la poesía, entendida ésta como Flor y Canto. Así comienza la introducción del texto “Antología de la décima popular en el estado Cojedes”, escrita por el profesor Isaías Medina López, quien hace, además la compilación, prólogo, estudio y glosario de esta publicación editada por el Subprograma Cultura y la Coordinación de Investigación de la UNELLEZ San Carlos. En la selección del material participan Domingo Antonio Muñoz, José Daniel Suárez Hermoso y Carlos Muñoz, de igual manera, los Custodios Silvestre Botello, Manuel Arias y Ramón Hernández.
Con la publicación de este libro la UNELLEZ promueve la divulgación del quehacer cultural de la región y se suma a los objetivos del autor al incentivar el cultivo y estudio de la literatura cojedeña en los diferentes niveles de la educación y rendir un justo reconocimiento a los hombres y mujeres – en su mayoría humildes campesinos y gente del pueblo – que han convertido a la décima en un valor de la identidad ancestral de esta región, en una piedra angular para entender el actual proceso de la cultura en Cojedes. Medina López sostiene que la literatura oral venezolana en la que se implanta este trabajo experimenta diversas facetas en el mundo académico, la principal es la escasa vigilancia prestada al comparársele con la literatura escrita, aún cuando desde fines del pasado siglo su estudio tomó un notable impulso, al cual la presente publicación espera contribuir. Al lector le corresponde asumir este volumen como una transcripción de cantos, en el que se escrituraliza una antigua producción oral recopilada en Cojedes. En esta región, igual a otras partes del país, se llama décima a toda estrofa cantada en devoción a la Cruz o a los santos, independientemente, de que sean de cuatro, cinco, seis, ocho o nueve versos.
A fin de encaminar al lector, Medina López en su texto resalta que “el diez” está ligado al desarrollo de las sociedades agrícolas y ganaderas que hacen más de ocho milenios dieron paso a la civilización. En ellas, continúa, y en la etimología de la décima figura la costumbre milenaria de ofrendar a los dioses y templos con una “décima partes de las cosechas y rebaños”. Los gobernantes luego adoptaron esa cantidad como “impuesto”. De allí también se genera la norma poética popular de honrar primero a los seres “divinos” y después a los “terrenales”. En el aspecto simbólico, recalca Medina López, “el diez” es la primera cifra pareada de la numeración; el uno representa la entidad creadora (Dios) y el cero es el vacío (lo que ha de crearse). Esas referencias mágicas y poderosas de la decena, se ratifican en el mundo judeocristiano con la forjadura de los “Diez mandamientos” (decálogo), como resultado emblemático de la emisión de la “voz” de Jehová dada a los hombres.
La décima es casi siempre octosílaba y sigue la regla espinela (difundida por Vicente Espinel desde 1591). Señala en su libro Medina López que bien sea consonante o asonante, el dominio de las décimas es territorio de cantadores expertos y “facultos”, distinguidos con el título de “decimistas”, e implica jerarquía estética por la dificultad que encierra. Ese obstáculo y sus múltiples combinaciones, representa según Subero (1991, p. 153), su mayor atractivo e indica que “Desde un principio, entre nosotros, ha sido la décima sinónimo de pueblo”. Destaca al cantautor Yorman Tovar cuando expresa que al analizar la estética llanera de la décima, resalta que la forma más empleada de la décima nacional, la glosa, despierta interés en los escritores contemporáneos, porque su estructura octosílaba hace que se preste para plasmar el sentir popular de nuestros juglares autóctonos”. Y como valioso aporte lexicográfico apunta “con el correr del tiempo, la glosa ha recibido otro nombre: palabreo, por ese juego lúdico de palabras con las que obligatoriamente, tiene que luchar el poeta para alcanzar el objetivo anhelado”.
El lector encontrará un influjo del canto a lo divino muy superior al canto a lo terrenal. Agrega Medina López, que esta tendencia exige una revalorización acerca de los temas estudiados en la poesía popular llanera, que por lo general sólo se ciñen hacia los cantos promocionados por la industria discográfica: los amoríos, la valentía del llanero, el amor a la tierra, la ecología y las vivencias campesinas. En tal sentido, destacan en la compilación las tonadas del Velorio de Cruz de Mayo, tradición que según Armas Chitty (1991) instituye el principal aporte de la cultura llanera a la religiosidad popular venezolana. En el velorio las mujeres arreglan el altar, visten la cruz y colocan imágenes devocionales; preparan café, platillos y dulces. Los hombres rezan y luego cantan salves, tonos y décimas. La fe se cruza con abundancia terrenales de todo tipo, después se tapa la cruz y se “prende el bailorio” hasta el amanecer. Las divinidades agradecidas curan los males del espíritu, deparan salud, buenas cosechas y hatos. Así la vida llanera se funde con la poesía cantada y con los poderosos ritos (sacros unos, profanos otros), heredados de sus ancestros.
En su producción bibliográfica Medina López identifica en Cojedes otros caracteres literarios orales de gran importancia como construcciones poéticas, construcciones en prosa, representaciones escénicas, discursos didácticos del patrimonio tangible, discursos aplicados, literatura del instante, literatura de receptores, logrando definir cada uno de ellos con la intención de involucrar al lector con estas corrientes. Así mismo, tal como expresa el autor, fruto metodológico del trabajo de campo en el texto se presenta un capítulo de Glosario a fin de familiarizar al lector con una serie de “voces” tomadas de entrevistas (2006) a distintos artistas, investigadores y maestros de la décima cojedeña.
La Antología está estructurada en cuatro categorías. La primera, dedicada a los cultores del canto a lo divino. En ellas encontramos a Feliciano Mendoza, Antonio Urbano, Enmo Suárez, Teófilo Rodríguez, Nemesio Antonio Alvarado Mendoza, Bartola Loyo, Carmen Ramona Rodríguez, Carlos Rafael Hurtado, Nemesio Zerpa, Demetrio Silva, Juan Monagas, Valerio García, Onaise Sandoval, Joaquín Acosta, Nelson Castillo, Oscar Ríos, Carlos Reyes, Henry Javier Mena Jiménez. En la segunda parte, se agrupa las décimas con argumentos a lo divino y humano. Cabe mencionar entonces a Evangelista Hermoso, Ostacio Ramón Ochoa, Pedro Manzanero, Guillermo Rivas, Juan Bautista Olivo Noguera, Cruz Antonio Torres, Félix Monsalve, Ramón Martínez, José Vicente Rodríguez Gutiérrez, Ivelle Aurora Arias Sandoval, Silvestre Botello. En la tercera parte están los poemas en los cuales priva el canto a lo terrenal o a lo profano. Destacan los trabajos de Julio Ruiz, Víctor Manuel Gutiérrez, César Reyes, Pedro Rafael Manzanero, Carmen Pérez Montero, Antonio “Chivo Negro” Flores, Julio César Bolívar y un Anónimo.
En el cierre o última parte del texto se hace una “Antología a las Bombas”. En palabras del autor, se sigue la misma configuración del velorio campesino, lo que significa un seguimiento metodológico de las costumbres y tradiciones populares llaneras, merecedoras del más alto de los respetos, por implicar un rango de identidad (logro cooperado de lo estético y lo social). Encontramos a José Ramón López Gómez, Domingo Antonio Muñoz, Oswaldo carvajal, Jesús Pérez, Wilfredo Escorcha y Frangelis Alvizo, Alcides Reyes y Nancy Marcano, Gustavo Sequera y Luz Marina Camacho. En este capítulo aparecen las reseñas biográficas del equipo de trabajo a mencionar entre ellos Domingo Antonio Muñoz (Árbitro), Manuel Arias (Custodio), Silvestre Botello (Custodio), José Daniel Suárez Hermoso (Árbitro), Isaías Medina López (Antólogo), Ramón Hernández (Custodio), Duglas Moreno (Editor) y Carlos Muñoz (Árbitro). A continuación presentaremos algunas décimas
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